Conozco a un hombre al cual admiro desde lo más profundo de mi corazón.
Un hombre en constante lucha contra el mar. Ese mar que lleva dentro…
De pequeño perdió a su padre, y nunca tuvo a nadie que le enseñara, que le aconsejara...
Aprendió por él mismo las leyes del mar, pero al llegar la noche el sufrimiento invadía su soledad.
Su navegar no fue un rumbo libre, sino un luchar contra la tempestad. Donde el destino lo hizo participe de él.
Ese mismo destino que no lo dejo elegir. Y desde entonces se juro luchar contra él.
Con pocos años ya destacaba en el colegio. Era un niño brillante, inteligente, que ya de muy pequeño poseía una cierta elegancia tanto en la formas como en su educación y cultura.
Los números era su fuerte, prueba de ello es que siempre lo veías con un libro en las manos de un lado para otro. Aquellos maestros auguraban un gran porvenir dado las cualidades que mostraba, y él orgulloso de sus notas, las mostraba a sus padres en cuanto llegaba a casa.
El destino quiso llevarse a su padre cuando aun el era un niño. Y fue entonces cuando la familia necesito a un hombre.
Una familia perdida en medio de un gran océano, sin expectativas de una tierra firme donde encontrar cobijo en un mar lleno de incertidumbres.
Sobrevivir no era fácil. Tomo la decisión de coger esos remos que hasta entonces había llevado su padre, y empezó a remar con todas sus fuerzas. Ayudándose de su cuerpo, de sus brazos, de sus manos... día y noche, meses y años... y del mismo modo que remaba se alejaba de sus sueños...
El quería ser un prestigioso abogado e hizo méritos para ello, pero hoy remaba en la dirección opuesta viendo como su sueño desaparecía en el fondo del mar. Aquella no era su voluntad, pero si una necesidad de la cual dependía todos aquellos que tanto quería.
Con el tiempo y a medida que se alejaba de sus sueños, sus manos se volvieron mas rudas, mas fuertes, y al igual que su cuerpo se lleno de cicatrices. Cicatrices de un mar de agua salada, que escuecen en la piel cuando son abiertas por el recuerdo al cual le lleva la mente.
Manos que nada tienen que ver, con las finas manos de un abogado.
Nunca mas decidió llorar, porque al derramar esas lagrimas y llegar a sus labios notaba la sal del mar. Esa sal que contiene la espuma del mar al correr por tu cara.
Nunca tuvo a nadie donde refugiarse de su dolor, y aprendió a llorar sin vertir lagrimas saladas...
Nunca, tuvo un padre que le enseñara a navegar. Que le hablara del mar.
Transcurrió el tiempo y el amor llamo a sus puertas. Pero ahora no las cerraba el mar, sino las propias familias que no deseaban esa unión.
Eran culpables de amor y ello les llevo a huir, a fugarse a tierras lejanas para vivir su pasión.
Llegaron tiempos de guerra y aquella patria que dejo lo reclamo. Navego rumbo a las costas de África.
Dos largos años permaneció en un desierto lleno de olas de arena, mientras a mas de mil kilómetros de distancia, en el otro extremo del mar, nacía su hijo.
De regreso volvió a su tierra. Junto a su amada y el pequeño, estableciéndose en la otra punta de un país que lo vio nacer.
Ambos trabajaron muy duro para ello, no era fácil sobrevivir con lo poco que llegaba a casa, pero nunca dejaron que al pequeño le faltara de nada y con el tiempo lo inscribieron en el mejor colegio de la ciudad.
Un colegio privado al cual solo accedían hijos de abogados, médicos y empresarios, pero no de marineros, y aun así pagaron su precio.
Quiso que su hijo tuviera la oportunidad que le arrebato el mar, y entonces se juro a si mismo que nunca le faltaría, lucharía por su continuación, por su hijo.
Entonces se encadeno a su barca, para no dejar nunca de remar, para que él tuviera su propia oportunidad, su propio destino, sus sueños, nuestros sueños...
Fue sin duda muy estricto y exigente en su educación y estudios, y sobre todo, muy rígido en la enseñanza del mar.
Nunca lo trato como a un niño, sino como a un hombre.
Tenía que ser fuerte, no llorar, luchar y nunca mostrar debilidad a nada ni a nadie, cosas que un niño no entiende, pero hoy puedo comprender.
Nunca le explico su historia, fue su madre quien le hablo de ella al no comprender ese pequeño porqué era tan duro con él.
A escondidas, sentado solo en la cocina, ese lobo de mar lloraba y sufría en su alma porque aprendió a ser padre sin haberlo tenido.
Nunca he dejado de admirarlo, de sentirme orgulloso de ser su hijo.
Construyo con sus propias manos la mejor nave que jamás ha hecho, pequeña porque era todo lo que tenia pero la más rápida y ligera hecha con la experiencia del mar que a lo largo de tantos años a aprendido, y deposito en ella toda la ilusión y todos sus sueños…
Y este fue el mayor regalo de Isaac.
Esculpió un mascaron para el casco de proa. Un soldado con el timón en las manos, para que los Dioses supieran que el destino de esta nave esta en nuestras manos. En tus manos Isaac.
Y así la bautizaron, "Morgen".
*(si has entrado por primera vez y deseas saber la historia de Isaac, empieza por el primer fragmento "La primera piedra" y ves leyendo hasta este ultimo.)
*Foto: Mascaron de proa del Palinuro.